domingo, 27 de julio de 2014

Pero una mirada tuya...

«Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.» Señora, no soy digno de entrar en tu casa, pero tu mirada redentora me sana por dentro.  Una mirada redentora y misericordiosa , empañada por las lágrimas y el llanto agridulce que tuerce tu rostro en una mueca de pena y hermosura, macabra mezcla que refleja la belleza y la Pureza de tu rostro, Esperanza.
Una mirada que se clava en el horizonte, dolorida, nublada por el agua de tus ojos, que es manantial de nuestras almas, que es cúlmen de nuestra sed. Una mirada perdida, que no enfoca este mundo, sino que se evade y vuela, buscando a su hijo perdido, buscando el Calvario de la cruz. Una mirada misericordiosa pero cruel, que se nos clava en las retinas y en lo más profundo de nuestras entrañas, de donde nunca saldrá, pues tu mirada, Esperanza, es inolvidable
Como dijo el poeta, tres años hace, que sin tus ojos vivía, entré, te vi, y te encontré, ¡más bonita cada día! Pero es imposible verte más guapa cada día, pues tu belleza no es humana, es divina. Tu mirada es reflejo de la pureza de tu alma, espejo de tu ser, fuente de gracia.
Quisiera ser marinero, para navegar en tus lágrimas, Esperanza.
Quisiera ser marinero, para decirte madre mía, cuánto te quiero.
Quisiera ser campana, para repicar desde Pureza hasta Santa Ana,
que eres la madre de Dios, la Esperanza de Triana.
Quisiera ser lágrima, para bajar por tu mejilla
Quisiera ser pregonero,
para decirte, Reina de Sevilla
¡Cuánto te quiero!
Nicolás Rufo Mena

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